El tiempo elástico: si Einstein levantara la cabeza se volvía a revisar patentes

Ocho horas de reloj (seguidas, salvo la interrupción habitual diaria para ingerir alimentos) para inventar un sólo examen que cumpla todos los requisitos de calidad, nivel de dificultad, etc. definitivamente no son compatibles con la idea que aparece en algunas normativas de que los profesores universitarios hemos de dedicar el 30% de nuestro tiempo a labores de investigación…

Tres o cuatro jornadas enteras para preparar sin fisuras una sóla clase de laboratorio de dos horas (lo que hace falta cada vez que quieres actualizar una asignatura de laboratorio y que tienes que multiplicar por todas las clases semanales de esa asignatura que tengas que cambiar), o una semana o dos para corregir cienes de exámenes cuidadosamente, son más ejemplos de lo mismo, por dar sólo un par de botones de muestra de la caja casi llena de botones.

De todas formas hay que reconocer que para el caso, lo único compatible con dedicarse a la investigación es dedicarse a la investigación, puesto que cualquiera que conozca en qué consiste realmente ésta sabe que o la haces a tiempo completo (incluso más que tiempo completo, ya me entendéis), o no la haces, y si crees que la haces porque dices que le dedicas un ratillo de aquí y otro de allá, y eres profesor con labores docentes-gestión plenas (catedrático, titular o contratado de alto rango) en realidad no te estás dando cuenta de que hay algo en lo que te estás engañando: lo que estás haciendo puede estar relacionado, pero no es investigación.

Alguno podría pensar que existe la esperanza de poder realizarla en condiciones poniendo el 30% vertical en lugar de horizontal: dedicar los meses de Septiembre, Diciembre, Febrero y Julio íntegramente a investigar. Ay, dados los exámenes, las tutorías, la preparación de clases -y herramientas de e-learning, claro-, las burocracias bolónicas, las labores de gestión y otras variadas zarandajas que aumentan año tras año casi exponencialmente, cada vez está más claro que lo único que a uno le queda es bajarse del guindo, guiar el trabajo de los doctorandos lo mejor que pueda -si tiene la suerte de tenerlos-, apretarse la nariz y esperar a que escampe y que pueda bajar a la tierra a trabajar en serio con formulones, software y experimentos alguna otra vez antes de la jubilación.

(Y esto con la investigación… Para qué hablar de ese tiempo misterioso que nadie tiene en cuenta en ninguna normativa pero que el profesor universitario necesita para poder estudiar y seguir al día de sus cosas. Los hay tan frikis como uno que yo me conozco que lo inserta en sus lecturas nocturnas -cuando el cerebelo le da-, pero es casi más difícil de abordar que lo de investigar.)

Así es la Universidad española de excelencia y así se lo hemos contado. Si algún otro profesor investigador me lee, y tiene la suerte de ser la excepción a lo que cuento, se agradecería una luminaria que pudiera tratar de aplicar a mi caso 🙂

P.D.: ¿Es esto una queja? No, no es una queja. ¿Acaso habéis visto ahí arriba la categoría de “Irritaciones”? No, la cosa está más que asumida a estas alturas -lo que no quiere decir que no me guste repetirla a diestro y siniestro, por si algo calara-. Como dije, uno de mis propósitos de curso nuevo era el optimismo; si nuestros gobernantes son capaces de ser optimistas respecto a la situación de este país, no voy a ser menos yo. Ya lo dijo aquel famoso dirigente: “No te preguntes qué puede hacer cualquier político por ti: pregúntate qué puedes hacer tú por que los políticos desaparezcan del mapa tal y como los conocemos, as we know them, and I feel fiiiiiiiine…”. O algo así era.

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