Ese riquísimo espectro político nuestro

Nota preliminar: soy perfectamente consciente de que lo que pongo a continuación es una mera ida de olla, un razonamiento vago y lleno de lagunas, una retahíla de ideas que lo único bueno que tienen, si es que lo consigo, es que puedan hacer pensar (aunque hagan pensar solamente en que están equivocadas). Esta advertencia, cuando se habla de política en este país, es conveniente hacerla, lo cual apoya los argumentos posteriores pero en ningún caso los hace necesariamente ciertos.

Nota preliminar 2: vamos, que esto es pa desahogarme, más que ná.

Desde hace años se viene observando un hecho bastante relevante en las encuestas políticas, considerando “encuesta” tanto esas malas malísimas que hacen las teles y los periódicos como las buenas buenísimas (estadísticamente hablando) que son los propios comicios locales, regionales y estatales.

El hecho es el de “suelo electoral”: el mínimo porcentaje de votos sobre la población votante que una formación política va a conseguir como mínimo. Ya la propia existencia de ese concepto dice mucho de nuestra hispana idiosincrasia, pero si nos paramos a examinar el valor concreto de esos “suelos” se nos pueden caer todos y cada uno de los palos del sombrajo.

Resulta ser que los dos partidos mayoritarios tienen unos suelos electorales poco por encima del 30% de la población votante, que a 1 de Enero de 2011 se eleva a 37.891.586 personas, como se puede consultar en el Instituto Nacional de Estadística. El 30% de esa cantidad hace un total de unos 11 millones de personas (no es exacto: he considerado los mayores de edad sin mirar nada más).

Dado lo rematadamente mal que lo suele hacer un partido que gobierna al final de su última legislatura (por eso suele ser la última, claro), podemos considerar que, si a pesar de ello, siguen teniendo ese “suelo” inamovible, es porque todos esos millones de ciudadanos, a pesar de no ser todos militantes oficiales, no se van a mover de ahí incluso si su partido se lía a palos con las viejecitas, aunque sea con sus propias viejecitas, por las calles (no les den ideas), es decir, aquella cosa tan nuestra y tan futbolística de “yo soy de éstos y los del otro lado son mis enemigos mortales acérrimos”, un reflejo también muy evidente de nuestra idiosincrasia que revela que seguramente Caín fue a dar con sus huesos por estas tierras hace mucho tiempo, después de matar al tonto el haba de su hermano.

Lo de los “suelos electorales” es también muy evidente con los partidos nacionalistas, y por los mismos motivos que ahora diré, pero dejémoslos fuera de esto aunque sólo sea por sus porcentajes irrisorios (pero determinantes en ocasiones) en comparación con los de los dos grandes.

Antes de seguir, dos cosas: a) sí, puedo estar completamente equivocado y ese 30% venir de ciudadanos que cambian de voto de forma dinámica, aunque yo no sea capaz de creerme que siempre siempre acaben coincidiendo aproximadamente el 30% en el partido que peor va, qué casualidad (tambén puede ser que ese flujo sea más lento, por ejemplo a lo largo de la vida de una generación, lo cual podría ser más creíble), y b) en este punto resulta conveniente copiar aquí la definición de “fanático” que hace la R.A.E., porque la voy a usar bastante y sólo en el sentido aséptico y objetivo que ella nos dice:

Que defiende con tenacidad desmedida y apasionamiento creencias u opiniones, sobre todo religiosas o políticas.

A partir de aquí: si tenemos nada menos que un 60% de votos que no se mueven de sitio sino por fanatismo, y a eso le añadimos que normalmente la abstención es de todo menos insignificante (especialmente si ponen las elecciones en día de fútbol, de sol o de playa; no cuento los votos blancos y nulos porque aparte de ser poquísimos nadie les echa cuentas tampoco), nos queda entre un 10% y un 20% de votantes no fanáticos que son los que mueven la balanza. Esto no es algo que no se sepa, desde luego, desde hace tiempo, pero a mí personalmente me deprime un poco cada vez que alguien publica una encuesta y se vuelve a ver claro (o cada vez que me da por poner un canal de tv o leer un periódico y escuchar lo objetivos que son y lo poco inclinados que están hacia alguno de los dos partidos).

Primer colorario: que sepan todos los fanáticos de sus respectivas ideologías que no son los que deciden nada. Un voto que no cambia nunca se anula perfectamente con otro voto que no cambia nunca.

Segundo colorario: esto no es una democracia; al menos una en la que la mayoría decide. Los que deciden (que tampoco deciden mucho: sólo qué facción de las dos castas de nuevos aristócratas se pone en los sillones más caros) resultan ser bastantes menos que los fanboys de cualquiera de los dos grandes partidos o supuestas ideologías; en particular, son entre un 10% y un 20% los que al final deciden algo con sus votos. Es decir, vivimos en el gobierno de la minoría.

Tercer colorario: para que la minoría que decide pueda ser la de los no fanáticos, que es lo más deseable dadas las circunstancias, la única condición necesaria es que los otros dos grupos (porque dos partidos hay y habrá en estas dos Españas que sufrimos, durante mucho tiempo) sean iguales en “suelos electorales”. Parece ser que viene siendo más o menos así y por tanto se anulan la tontería de unos con la tontería de los otros, dejando que sean los demás los que marquen la pauta casi por completo.

Cuarto colorario: el que los dos “suelos electorales” mayoritarios sean más o menos iguales viene a indicar que la probabilidad de que un recién llegado a la mayoría de edad, con tendencias fanáticas en lo político, se decante por uno u otro comecocos, es del 50%. Vaya, que se puede deducir casi con certeza que se debe al puro azar en términos globales. Lo cual deja a las claras que lo que nos importa en este país, como en cualquier patio de colegio que se precie, es “ser de alguien”; el “alguien” es casi secundario.

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1 thought on “Ese riquísimo espectro político nuestro

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