Corregir exámenes

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Si los alumnos cayeran en la cuenta de que corregir un examen suspenso, o sea, con aproximaciones normalmente improvisadas, erráticas y difíciles de entender, no puede sino ser necesariamente tedioso y complicado para el profesor, al contrario que corregir un examen que está aprobado o con nota, o sea, que presenta una aproximación limpia, directa y correcta al problema, lo cual es más que satisfactorio y da alegría, lo mismo dejaban de pensar la cosa ésa de que suspenden por un objetivo oculto que tenemos de conseguir más prestigio o no sé qué cuento parecido que lleva por ahí danzando desde hace décadas. Como si fuéramos nosotros los que decidimos sus notas, en lugar de ellos mismos los que hacen exámenes con errores o sin errores a los que hay que asociarles una nota. Como si no fuéramos otra cosa durante la corrección que esclavos del lápiz o del rotulador rojo (yo en particular es que ni tengo tiempo de mirar el nombre del autor del estropicio…).

Alumnos, que quede claro: deseamos con todas nuestras fuerzas (al menos yo) que estudiéis y hagáis los exámenes bien. La corrección es la más rutinaria, cansina, desagradecida y aplatanante de todas nuestras labores, así que acabar con la mente hecha un guiñapo no es precisamente la idea de lo que consideramos placentero. El interés que tenemos de enfrentarnos a un examen suspenso, como podréis imaginar, es absoluta, completa e irrevocablemente nulo.

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