Pues eso, que llevo tres años sin usar reloj por una bonita dermatitis que no se quitaba ni cambiando de material la correa. Pero no es que me haya pasado al del móvil, como la gente jovencilla, qué va, es que no uso nada de nada (ni siquiera he aprendido a estimar la hora mirando al sol o las estrellas -esto último difícil en mi caso, dado que caigo dormido casi antes de que se ponga el primero-).
Las únicas excepciones son cuando estoy en clase (que miro el portátil para no pisar la clase que viene después) o en el trabajo (que sólo miro el PC para no perderme mi propia clase) o cuando voy a algún sitio con una cita determinada (entonces sí miro el del móvil, aunque debo haberlo hecho como mucho tres veces en estos tres años; de hecho, he mirado más el reloj que ponen en las paradas del autobús que el del móvil ;P).
Conclusiones: me hace feliz sentir, aunque sea levemente, ser consciente de todos esos ratos en los que el tiempo no importa, como si estuviera otra vez en mi niñez… Invaluable, como dirían los angloparlantes.





