La vida es maravillosa, porque no deja que te acostumbres a que vaya bien: de vez en cuando te zarandea para que despiertes y no te olvides de quién eres y en qué principios crees, o prefieres seguir creyendo, o prefieres dejar de confiar.
Y te trata de despertar insistentemente (de verdad que eso me maravilla: qué interés por un trozo de materia infinitamente reusada como nosotros) para que asumas lo normalito que eres y lo poco que importan tantas cosas que parece que no, y lo poco creídos que nos tenemos que tener a nosotros mismos y lo poco importantes que somos. Ah, qué seres más prescindibles (y sin embargo nos cuesta tanto aprender esto…).
Y cuando uno es tan prescindible, qué mejor que tratar de ser al menos coherente, ¿verdad? Es el único hilo que podemos tejer para perdurar. Estas últimas semanas he descubierto (o redescubrierto, porque en realidad las sabía pero se me habían olvidado) varias cosas que me molestan mucho y que si quiero ser coherente considero que deben seguir molestándome:
- Que no se me hable cuando hablo (una variante de otra que me molesta aún más: que no se digan las cosas de frente ni se pongan todas las cartas sobre la mesa)
- Que no se me razone cuando razono
- Que no se cumpla lo que se dice que se va a hacer, o, en su defecto, no se diga que va a ser imposible cumplirlo (en general: que no se asuman las responsabilidades de los propios actos y discursos)
Si no fuera por este (pequeño) zarandeo, lo mismo se me hubieran olvidado, hubiera yo mismo empezado a inclumplirlas sistemáticamente, y el hilo se hubiera perdido en los vientos del ajetreo de los días.
Así que gracias a todos los que me han empujado para un lado y para otro: las tuercas y engranajes se han reajustado para mejor.





