El desencanto político visto por un desencantado

Como desencantado (digo más: asqueado) de la política desde hace años, la situación electoral me resulta sencilla y clara de entender. Sin embargo, el propio sistema político ha llegado a tal grado de degeneración e ineptitud que estoy convencido de que muchos de los que viven dentro de él ni siquiera se plantean una verdadera explicación. A veces me los imagino como hormigas buscando un túnel en su oscuro hormiguero de enredos y medias verdades que les lleve a algo de luz. O mejor: haciendo como que buscan para que los que los miramos nos creamos que están preocupados por buscarla.

Pero en realidad, ustedes, señores políticos, hagan lo que hagan, sea acertado o no, sensato o no, saben que sus respectivos partidos tienen su conjunto de seguidores a ultranza, ésos que se comportan, por ideología, fanatismo o ignorancia (¿no son lo mismo?) como sectarios, o si prefieren algo más suave, como aficionados al fútbol, sólo que esto no es el fútbol; ésos que van a los mítines con el banderín de colores vivos, ésos que defenderían que la izquierda es tal o la derecha es cual o el lugar X del espectro político es todo lo contrario con la misma intensidad que chillarían si un camión les pisara un pie.

Esos seguidores (“votantes de base” los llaman eufemísticamente en lugar de votantes acríticos; hoy todo es eufemístico, no vayamos a llamar a las cosas por su nombre y ganar tiempo) van a votarles siempre. Como mucho, si les disgusta algo que ustedes hagan o tienen la posibilidad de irse de playa ese día -con su tortillita- no irán a votar en alguna ocasión, pero eso no será importante para ustedes más que en esa ocasión. Ellos les son fieles en el fondo. Algunos pasan a ser fieles al grupo político contrario en algún momento de su vida, pero bueno, es que la gente que cree a pie juntillas en una ideología goza de una fidelidad fuerte fuerte, de ésas que no cambian más que cuando cambian de ideología; asumamos que ese flujo más o menos se compensa en todas las direcciones de trasvase.

Así que ustedes saben que elección tras elección, sus “votantes de base”, que en cualquier población de gente formada con el suficiente espíritu crítico simplemente no deberían existir, les darán su voto.

Pero también estamos los que no entramos en ninguna de esas “bases”, quizás porque siempre nos jodió (perdón, no encontraba un eufemismo que reflejara el mismo sentimiento) que nos guiaran, o que nos metieran una ideología en la cabeza o por otro lugar más oscuro (con lo simplistas que son las ideologías y la de colores que hay en la vida), o quizás es que simplemente teníamos algunas opiniones que coincidían con las que defendía un partido, otras con las de otro y otras con las del de más allá.

En cualquier caso, nosotros hemos ido dándonos cuenta en nuestra ya no tan joven democracia, cada vez más claramente (porque no tenemos las neuronas anudadas por la ideología de turno y porque, perdonen, pero nos lo ponen fácil con el nivel intelectual que ustedes exhiben), de que lo que ustedes tienen montado es un negocio como cualquier otro. Un negocio que no busca lo que dice que busca, el bien común, sino sólo mantenerse (como cualquier otro). Un negocio que miente, engaña, dice verdades a medias, simplifica la realidad (como cualquier otro), pero ay, un negocio que no sabe enfrentarse a los problemas tan complejos que necesita resolver una sociedad moderna, porque a) ustedes, en su gran mayoría, son unos ineptos en los aspectos técnicos que dicen que quieren corregir y b) no es eso lo que les interesa de todas formas; es mucho más importante seguir ocupando puesto. Desafortunadamente ahí no son como cualquier otro negocio, porque cualquier negocio debe resolver algún problema de su cliente si quiere seguir existiendo. Pero bueno, para eso son ustedes los que deciden las leyes que tienen que cumplir los negocios, ¿no?

Antes de que nos diéramos cuenta de esto, este grupo de indecisos (otro eufemismo, por no decir insulto) nos movíamos de un partido a otro en cada elección, fundamentalmente porque había políticos concretos, personas, una vez en un grupo, otras veces en otro, que razonaban y convencían y mostraban cierta coherencia, que veíamos que sabían más que nosotros y podían resolver lo que nosotros no imaginábamos cómo; y en esos tiempos éramos nosotros quienes decidíamos el resultado, según dicen los que entienden de historia.

Lamentablemente, ahora que ya hemos visto sus verdaderas caras dada su bajada espectacular de nivel neuronal, nuestro “grupo” pasa completamente de formar parte de ese negocio que ustedes tienen montado. Hombre, si al menos se les pudiera admirar por algo, pues podríamos replanteárnoslo, como cuando compramos un Mac (tan chuloooooo…), pero es que es escucharles en público y entrarnos una vergüenza ajena… Ay, que es que da grima. Y lo que nos da grima no nos interesa, y no votamos. Igual que no mandamos un SMS con “gana Borja-Nacho” al último reality de la tele. O si acaso votamos en blanco, si sentimos algo de culpabilidad inducida. O votamos nulo, si nos va el cachondeo.

Así que, a cada elección que pasa (salvo en las que suceden catástrofes tan importantes que son capaces de volvenos a hacer creer por un momento que necesitamos de ustedes -somos débiles-), los votos “no-de-base”, como los nuestros, bajan, y el resultado depende más del número de gente que cada partido es capaz de captar para su secta, perdón, para su causa ideológica, que de nosotros.

Por supuesto, como dije antes, ustedes hacen las leyes. Por supuesto, en esas leyes la abstención, el voto en blanco y el voto nulo puede que sean contabilizados, pero no se tienen en cuenta, no tienen efecto alguno.

Así que ustedes saldrán sonrientes tras las próximas elecciones, como sale sonriente la Sardá cada vez que ve cómo de limpia tienen la casa de GH XXIII sus amados experimentos sociológicos, digo concursantes. Se asomarán a sus altas ventanas que dan al pueblo (con forma de micro redondo y feo, o, efectivamente, de ventana) y, después de no haberse siquiera molestado en ofrecernos ninguna solución concreta y bien especificada a ningún problema de los que tenemos actualmente, dirán que han ganado (si han ganado), o que han superado sus expectativas (si han perdido), o que son el partido clave/bisagra (si los otros van a pactar con ustedes), o que representan la pluralidad (já) en cualquier otro caso.

No se preocupen: los medios de comunicación también tienen su buena parte de responsabilidad en que esto suceda así, por eso estamos tan seguros de que así será. Ya se encargarán de montar la parafernalia habitual tipo enfrentamiento futbolístico del siglo: éste gana, aquél pierde, al de más allá le han sacado la amarilla, el de más acá tiene tendinitis… Qué interesante les resulta todo, ¿verdad?

Así, a cada elección que pasa, la democracia es menos democracia, y más un sistema homeostático, que se regula y mantiene constante a sí mismo, y autopoiético, que se reproduce a sí mismo buscando la eternidad de lo inepto, de lo insustancial, de la mentira, y del medio engaño o del engaño completo.

Vamos, buscando el puesto aristocrático correspondiente para su propia dinastía de descendientes.

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