El dilema de la violencia

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Hay que tener mucho cuidado con las afirmaciones descontextualizadas, con esas supuestas verdades simplistas que, de hecho, tanto me atraen; incluso alguna intento construir de vez en cuando casi como un juego, pero me lo tomo así, como un juego. No hay que tomárselas demasiado en serio, pues son grandes simplificaciones de problemas reales que, algunas veces, ni siquiera tienen una respuesta válida.

La violencia engendra violencia.

La violencia que debería emplear el Estado para evitar que alguien violento ejerciera la suya propia contra alguien no violento que no se puede defender… ¿engendra violencia y por tanto el Estado contribuye a su propia destrucción por hordas violentas generadas por él mismo en su seno?

Si alguien renuncia a razonar en favor de coger una pistola contra ti, lo cual evidentemente no se puede detener más que con una violencia mayor… ¿Esa violencia mayor también engendra violencia, aunque su objetivo es anular la del que renunció a razonar?

Si alguien te golpea, pon la otra mejilla.

¿Si te golpea cuántas veces? Porque según la sentencia deberían ser infinitas, lo cual te dejaría a ti sin mejilla y al otro con un dolor en la mano importante.

¿Hasta justo antes de hacerle ver al que te golpea, en su psicopatía, que como te dejas pegar tantas veces sería fácil también pegar a otros a quienes quieres?

La única solución al terror es el diálogo.

¿El diálogo no implica a dos partes razonando y hablando? ¿No es contradictorio meter en la misma frase “terror” y “diálogo”, mucho más cuando se conectan con una implicación positiva (“la solución”)?

Insisto: Si alguien renuncia a razonar en favor de coger una pistola contra ti, lo cual evidentemente no se puede detener más que con una violencia mayor… ¿La solución es dejarse pegar el tiro? ¿Y cuántos tiros vas a dejar pegar a los tuyos hasta que la solución aparezca?

Y tantas otras.

Cuidado, no vaya a entenderse que ahora estoy diciendo que estas afirmaciones son falsas, lo cual sería tan simplista como suponer que son ciertas. Sólo digo que hay casos y casos, y contextos y contextos, y que la manía simplista de nuestra época -¿fruto (o reflejo) del exceso de SMSs?- es quizás de los peores defectos del siglo XXI…

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