
Sin que mucha gente de mi generación (ni de otras) se haya dado cuenta, la evolución de la tecnología en los países desarrollados tuvo un umbral muy especial (llamémosle Umbral) alrededor de la década de los años 80 del pasado siglo. Es un umbral difuso y de duración imprecisa, pero algo pasó que normalmente no se tiene en cuenta cuando se trata de predecir o tener una idea de qué nos depara el futuro tecnológicamente hablando (no olvidemos que la tecnología también configura el futuro social, económico, etc., así que el asunto no afecta sólo a lo tecnológico).
Hasta el Umbral, la tecnología era sustitutiva. Es decir, la gente dejaba de ir andando a los sitios (o en carro o animales) para usar coches. Sustituía las radios, el cine y las charlas de vecinos en las puertas de las casas por la tele. Usaba electrodomésticos que le facilitaban las labores de la casa (lavavajillas), cambiando tan radicalmente la forma de realizarlas que dejaban absolutamente en el olvido las herramientas anteriores y provocaban cambios sociales, psicológicos, económicos. Como el Umbral es difuso, esto todavía se ve hoy: la gente sigue sustituyendo algunas cosas por otras mejores (telefonía fija por móvil). Quizás es que aún estemos dentro del Umbral. Pero sin embargo, antes, en la primera mitad del siglo XX, la revolución tecnológica fue tal que estas sustituciones causaban cambios sociales brutales: el uso de la electricidad, del frío para preservar alimentos, la misma televisión, medicinas, transporte, etc.
En el Umbral algo sutil comenzó a cambiar. Comenzó a hacerse visible otra modalidad de cambio tecnológico que hasta entonces era prácticamente inexistente -o invisible-: la tecnología añadida. Fue muy evidente en el campo de la informática, así que probablemente tenga que ver bastante con la revolución de la computación personal en los 80. Esta modalidad de evolución tecnológica es diferente de la que he comentado antes: no sustituye a la tecnología antigua porque la sociedad haya cambiado tanto que ya no necesite esa tecnología anterior, sino en todo caso por modas (por capricho), o porque da cierta funcionalidad nueva (pero no suficiente para crear nuevas estructuras sociales que dejen obsoleta la tecnología anterior). El resultado es que la tecnología anterior sigue ahí, viva. No digo que toda la evolución tecnológica de las últimas tres décadas sea así, añadida en lugar de sustitutiva, sino que empieza a ser bastante relevante la que sí lo es, cosa que antes del Umbral apenas se apreciaba.
Así, por ejemplo, los catálogos de circuitos integrados digitales básicos siguen trayendo los mismos dispositivos que en los 80, poco más o menos. Las CPUs que animaban nuestros queridos ZX Spectrum o Commodores son, con pequeñas variaciones, las que nos rodean hoy en día en sistemas empotrados de bajos coste y prestaciones de cómputo (para aplicaciones industriales, de telefonía móvil, domóticas, etc.). La gente, asombrosamente, sigue utilizando los discos de vinilo. La música de antes del Umbral sigue adquiriendo nuevos fans (al igual que la literatura de antes del Umbral, aunque incluir aquí música y literatura nos desvía un poco del hilo que quería seguir, porque no son tecnologías, sino artes, y rara vez un arte se queda obsoleto). Por poner otro ejemplo claramente tecnológico, una gran cantidad de la población de los países más desarrollados ignora sin problemas la mitad de la tecnología actual (incluyendo internet y las redes sociales) porque no le hace falta: se apaña perfectamente con la tecnología anterior a ésa. La nueva no le supone una ventaja tan grande como para abandonar la antigua. Se siguen resolviendo problemas matemáticos en hojas de papel, y guardando éstas en archivadores; el papel inventado hace miles de años, en algunos de sus usos -quizás no para el libro, quién sabe-, está lejos de desaparecer.
El resultado es que hoy en día conviven tecnologías de diferentes épocas, adaptándose a diferentes necesidades y tipos de personas sin problemas, algo que en la era de antes del Umbral, cuando la tecnología era casi puramente de tipo sustitutivo, no sucedía: se perdía lo antiguo sin remisión. ¿Alguien conserva hoy un candil de aceite, después de la revolución que supuso la popularización de la electricidad?
Podría ser que el crecimiento exponencial tecnológico del siglo XX se esté ralentizando por límites físicos insalvables, y por eso vemos innovaciones menos importantes que en las décadas anteriores, insuficientes para provocar grandes cambios estructurales en la sociedad que dejen obsoleta la tecnología anterior. De hecho, el crecimiento tecnológico (cualquier crecimiento) no puede ser infinito, y podría resultar de lo más natural que se llegara a innovar a tasas cada vez menores conforme pase el tiempo.
También podría ser una impresión mía, fruto de la incapacidad de ver más allá de los parámetros conocidos en esta época en que vivo. Puede que de repente surja alguna tecnología (u otra cosa) que nos revolucione de nuevo, que trastoque nuestros hábitos/estructuras sociales y económicas de tal forma que de repente casi toda la tecnología que conocemos quede obsoleta (algunos llaman a eso la “singularidad tecnológica“), pero ese tipo de singularidad parece resbalar más fácilmente entre los dedos a cada año que pasa. La confianza en la singularidad que nos lleve de nuevo a un predominio de lo sustitutivo decreció especialmente después de los ciertos fracasos que se produjeron en las tecnologías más prometedoras para tales revoluciones: la exploración espacial (no por robots, sino humana), la inteligencia artificial (que sigue preguntándose si es posible siquiera llegar a lo que su propio nombre indica, después de más de cincuenta años, y cuyo estancamiento conceptual de base también deja estancada a su hermana corpórea, la robótica inteligente/cognitiva), la burbuja de las .com, o sea, el desinflado de las expectativas de la Web… Estos estancamientos se produjeron y se está saliendo de ellos a un ritmo lentísimo -si es que se está saliendo- tras el Umbral.
Si añadimos a la posible ralentización de la innovación tecnológica en los últimos años la presente crisis económica, que no ayuda mucho a invertir en futuras invenciones que pueden no llegar a buen puerto, es posible que en los próximos años veamos más y más tecnología añadida, mezclada con las de otras épocas, y menos tecnología sustitutiva. La última de este último tipo que recuerdo fue la telefonía móvil, que prácticamente ha sustituido a la fija añadiendo innumerables funcionalidades, y eso explotó más o menos en los noventa y sólo a finales de la primera década de los 2000 está convirtiéndose en algo claramente diferente de lo que antes era el teléfono…





