Para valorar a un profesor universitario que quiere acceder a una categoría superior, una de las cosas que se cuentan es el hecho de haber tenido durante una serie de años un cargo determinado -de gestión/gobierno/similar-.
¿Nadie ve nada raro en eso? No me extraña. Estoy convencido de que muchos aspirantes a profesores universitarios, cuando se enteran por primera vez de que se les pide eso, lo ven hasta natural. Claro, refleja las labores de gestión, etc. etc.
Pues a mí me parece surrealista.
Para empezar, hay cargos que no se eligen ni democrática ni meritocráticamente (igual que los ministros de un gobierno, por poner). Pero eso no es lo más importante. Lo más absurdo es que… ¿qué tiene que ver que hayas ocupado N años un cargo X para que hayas sido bueno o malo en él? Puedes haberte dedicado a destrozar el trabajo que se hace ahí; puedes haber pasado sin pena ni gloria; puede ser que alguien lo hubiera hecho mejor que tú y sólo porque a ti te eligieron -insisto, puede que ni democráticamente- no le eligieron a él. Repito: ¿qué hay de valor en el mero hecho de haber ocupado el cargo?
Alguien dirá: experiencia. Y no le faltará razón en que quien haya ocupado el cargo tendrá más experiencia que el que no en las labores del mismo. De hecho, soy un firme opositor al adanismo (porque yo mismo he cometido ese error a menudo): los jóvenes (inexpertos) están sobrevalorados en esta sociedad, y los viejos (expertos), infravalorados.
Pero conozco no poca gente con muuuuucha experiencia que hacen cosas que otros con menos experiencia pero con más talento (y/o más ganas) hacen mejor que ellos. Estoy convencido de que habrá gente más joven que yo que ahora mismo pueda desempeñar alguna labor que yo hago mejor que yo (simplemente por talento). La experiencia no te garantiza que seas mejor; realmente lo único que garantiza para todo el que la tenga es ser más viejo. La experiencia es un grado… si se ha aprovechado bien. Si no, sólo es vejez.
La próxima vez que oigáis eso de que la Universidad busca la excelencia, recordad que el diablo (o Dios, que no me acuerdo ahora 🙂 ) se esconde en los detalles, no en las grandes palabras…





