Hace unos días Julián Díez, editor de Literatura Prospectiva y periodista de profesión, publicaba en su blog del periódico Cinco Días un magnífico artículo sobre la absurdez de coartar las descargas a través de programas de compartición de archivos en Internet para la industria que maneja información pura (audio, vídeo, datos, etc.).
Ya ha habido mucha gente -sin poder político ni económico, eso sí- que ha dicho hasta la saciedad que compartir no es delito, sea por internet o por carta certificada, sea a dos amigos o a dos millones, siempre que no haya ánimo de lucro. La ley española, al menos, es así. Y eso está bien, porque compartiendo se crece, y se desarrolla una sociedad, y se inventan nuevas formas de obtener beneficio en base a esa compartición, y estimula la creatividad para hacer esos nuevos negocios -porque tienes millones de potenciales clientes al alcance de tu mano-, y, en definitiva, se progresa tecnológicamente mucho más rápido.
Sin embargo tienes que seguir aguantando que los que están al mando (ministros, jefes de gobierno, etc.), sigan tratando de salvar negocios obsoletos (léase la industria actual musical, por poner un sólo ejemplo, pero vendrán otras), y en particular sus enormes e hiperinflados beneficios, y no sean capaces de no ceder ante las presiones de los dueños de esos beneficios y buscar en su lugar el interés general de su país. Es un espectáculo lamentable, inmoral y, como dirían los ingleses, “disgusting”, ver a tantos políticos (no sólo en España) comportándose como si estuviéramos en los años 70 del siglo pasado, en lugar de en su tiempo: el siglo XXI, y no apoyando y desarrollando y siendo innovadores con las herramientas de su tiempo, sino, en su gran ignorancia y probablemente en su visión miope que sólo alcanza a las próximas elecciones, ocupando meramente un puesto de pelele.
Eso dejando aparte la inmoralidad de dar soporte implícito a negocios concretos, mientras que de otros ni se acuerdan, con el “más inri” de que se suponía que esto era un mercado libre y mientras las leyes básicas se cumplan los gobiernos no deberían favorecer a ningún negocio privado en particular.
Pues bien, el artículo de Julián es sobradamente interesante; no sólo porque vuelve a incidir en todo esto, sino porque expone el ejemplo de los creadores del ya mundialmente conocido -y admirado- Pocoyó, un admirable negocio del siglo XXI, que ha sabido aprovechar las descargas masivas gratuitas que permiten las redes P2P como herramienta de promoción (ellos mismos las favorecían explícitamente), lo que, unido a un producto muy bien hecho y muy inteligentemente diseñado para su “target” (los niños) y para los que manejan el dinero de su target (los padres), ha hecho que se hagan de oro vendiendo productos asociados: muñecos, camisetas, etc.
Es cierto que no todo negocio actual se presta a tener productos que cuesten dinero al consumidor asociados a una red de distribución gratuita para éste, pero también es cierto que si un negocio no encaja en los parámetros de su época, le toca desaparecer o transformarse. No hay otra: es la ley de la evolución natural del mercado. Y ni siquiera es algo malo, al igual que la evolución biológica no es mala, sino que a base de fallos y transformaciones ha conseguido llegar a producir especímenes de impresionante belleza y complejidad (póngase aquí el favorito del lector, aunque no sea el ser humano).
Leed el artículo de Julián (aquí lo tenéis). Merece mucho la pena ver tan bien explicado un ejemplo de lo que debería ser un negocio audiovisual en esta época, y no lo que algunos todavía quieren que sea, como si un empresario pudiera permitirse el lujo de exigir algo a sus clientes, y mucho menos al mercado en general.
Señores de la industria: dejen de tratar de salvaguardar sus traseros como si sus negocios, una vez montados de cierta forma, tuvieran que ser eternos (eso es todo lo contrario del libre mercado). El mercado libre tiene cosas buenas y malas, pero entre las buenas está que permite tener libertad para emprender de la manera que cada cual elija, y por tanto, de crecer sin grandes coacciones. Si realmente son empresarios, asuman su labor: ser innovadores, asumir riesgos, estar siempre por delante de la competencia, aprovechar las herramientas de su tiempo -e incluso adelantarse si pueden-; saben que eso les puede proporcionar grandes beneficios si son inteligentes. Desde luego nunca, nunca, maltraten a sus futuros clientes llamándoles ladrones ni insultando su inteligencia (que la tenemos aunque no se lo parezca). Ni siquiera usen al gobierno para eso, porque todos sabemos quién está detrás de qué intereses, y al final, en el mejor caso para ustedes, lo único que conseguirán será convertirse en subvencionados permanentes, lo que a cualquier empresario le debería dar hasta repelús, porque es la garantía de su muerte como emprendedor y de su creatividad en el mundo de los negocios.
Si no son capaces de hacer su trabajo, despídanse a sí mismos y dejen que nueva gente con mejores ideas les sustituyan y les superen. Sepan retirarse y asumir su incompetencia.





