Cuentos para niños

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Me atraen los cuentos tradicionales, los que tienen moraleja (o sabiduría antigua, como se quiera llamar), y algunos se me quedaron clavados de niño, hasta el punto de que casi recuerdo las imágenes que evocaban.

Éste que copio aquí abajo es el nº 176 de uno de los libros de cuentos de los Hermanos Grimm, y no es de los que conocía; lo he encontrado, de casualidad, mientras buscaba (sin éxito) uno de ésos que se me clavaron.

Me ha encantado. Y tengo que decir que hasta la edad que tengo, la conclusión del relato se cumple bastante exactamente ;P

La duración de la vida

Cuando Dios terminó de crear el mundo, quiso determinar la duración de la vida de todas las criaturas. Entonces vino el burro y le preguntó:
– Señor, ¿cuánto tiempo debo vivir?
– Treinta años- respondió Dios-. ¿Te conviene?
– ¡Ay, Señor! – respondió el burro – es mucho tiempo. Considera mi penosa existencia: llevar pesadas cargas de la mañana hasta la noche, tirar de los sacos de grano, hasta el molino para que otros coman el pan, sin más estímulos que palizas y patadas. ¡Dispénsame una parte de ese largo tiempo!
Entonces Dios tuvo clemencia y le eximió de dieciocho años. Consolado, el burro se fue y apareció el perro.
– ¿Cuánto tiempo quieres vivir tú?- le preguntó Dios.. Al burro le parecen demasiado treinta años, pero tú estarás contento con eso.
– Señor- respondió el perro- ¿es esa tu voluntad? Considera lo que tengo que correr, mis piernas no lo soportarán por tanto tiempo. Y una vez haya perdido la voz y no pueda ladrar, y los dientes y no pueda morder, ¿qué me quedará sino andar gruñendo de un rincón al otro?
Dios vio que tenía razón y le rebajo doce años. Después vino el mono.
– A ti te gustaría vivir treinta años, ¿verdad?- le preguntó el Señor-. No necesitas trabajar, como el burro y el perro, y siempre estás de buen humor.
– ¡Ay, Señor…! – respondió él- lo parece pero no es así. Cuando llueven gachas de mijo, yo no tengo cuchara. Siempre tengo que hacer travesuras y muecas para divertir a la gente, y cuando me echan una manzana y la muerdo, resulta que es ácida. ¡Cuán a menudo la tristeza se oculta tras la risa! ¡No podré soportar eso!
Dios sintió compasión y le descontó diez años.
Finalmente compareció el hombre, dichoso, sano y fresco, para pedir a Dios que determinará la duración de su vida.
– Vivirás treinta años- dijo el Señor-. ¿Te parecen suficientes?
– ¡Qué tiempo tan corto! – exclamó el hombre. Justamente cuando haya construido mi casa y el fuego arda en mi propio hogar: cuando florezcan y den fruto los árboles que haya plantado y cuando me disponga a disfrutar de mi vida, ¡entonces deberé morir! ¡Oh, Dios, prolonga mi tiempo!
– Te añadiré los dieciocho años del burro- dijo Dios.
– Eso no es suficiente- replicó el hombre.
– Tendrás también los doce años del perro.
– Todavía es demasiado poco.
– Pues bien – dijo Dios-, te daré además los diez años del mono, pero más no recibirás.
El hombre se fue, pero no quedó satisfecho.
Así es como el hombre vive setenta años. Los primeros treinta, que rápidamente quedan atrás, son sus propios años: entonces está sano, con buen ánimo, trabaja con gusto y disfruta de su existencia. Después siguen los dieciocho años del burro y a lo largo de ellos, se le impone una carga tras otra: tiene que acarrear el grano destinado a otros, y golpes y puntapiés son la recompensa por sus fieles servicios. Luego vienen los doce años del perro: entonces anda gruñendo por los rincones y ya no tiene dientes para morder. Y cuando este tiempo ha transcurrido, los diez años del mono hacen de despedida: el hombre chochea, se chifla y comete bufonadas que despiertan la irrisión de los niños.


Cuentos de niños y del hogar /
Cuentos de hadas de los hermanos Grimm
, principios del siglo XIX
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