Tantos años dándole vueltas a conflictos vocacionales/morales/éticos en el trabajo (sobre lo que debería ser, cómo se debería -o no- evaluar y reconocer, hasta dónde llega el deber y la obligación de unos y otros), y aún ni una sola respuesta en condiciones.
Puñetera profesión ésta.
En fin, admitamos la finitud del intelecto (y la supremacía del marrullerismo); debe ser que casi cuarenta años no es suficiente recorrido vital para tener ciertas cosas claras, así que qué remedio que darse un poco más de tiempo.
A ver si para la jubilación (si llego, y si existe tal cosa cuando llegue) he comenzado a vislumbrar algo parecido a la claridad…





