Uno de los problemas de las ideologías que defienden la igualdad de las personas es que hay un hilo más fino de lo que parece entre la idea de que todas las personas son iguales en derechos y la idea de que todas las personas son iguales. Y no es lo mismo defender lo primero que lo segundo, puesto que, obviamente, las personas no somos idénticas.
Esto que parece una perogrullada ha tenido un efecto devastador en la educación en España, por ejemplo. Que todos los niños tengan derecho a la educación, y a una educación en condiciones, es algo evidentemente loable, y es algo que antiguamente, por motivos de sobra conocidos, no se daba en nuestro país: tenían más derecho los hijos de los ricos o de los cercanos al poder (ya fuera éste religioso o político), o los varones.
Pero que todos los estudiantes tengan que ser iguales (no en derechos, sino iguales de hecho) es nefasto. Porque dado que las personas somos diferentes y tenemos diferentes capacidades, la única manera de conseguir que seamos iguales en el ámbito educativo es reducir la exigencia hasta un nivel tan básico que todos lo superen. Lamentablemente, ha habido un obvio “avance” en ese sentido en las últimas décadas, lo que, unido a otros factores como la pérdida de disciplina, de la cultura del esfuerzo -relacionada con los efectos perniciosos de la igualdad mal entendida-, y del papel activo de los padres en la educación de los hijos, ha producido unos resultados académicos lamentables, como ya se ha reconocido de sobra en estudios internacionales comparativos.
Así que igualdad sí, pero de derechos: que puedan estudiar los ricos, los pobres, los hombres, las mujeres, etc., etc. Pero una vez que a todos se les da el mismo derecho a la educación, no hay nada de malo en que haya estudiantes mejores que otros, y, de hecho, no debería haber ningún reparo en reconocer y apoyar los méritos de los mejores. En eso consiste realmente la tan cacareada “excelencia” que se oye tanto por parte de quienes la entienden mal creyendo que es que todos sean excelentes, lo cual es imposible.
Desafortunadamente, hoy en día se trata de ocultar los méritos de los mejores, diluyéndolos, para que los que no los tienen no se sientan “afectados”. Eso está creando una sociedad de personas que no saben lidiar con el fracaso (todos tenemos que lidiar con el fracaso alguna vez), y que no están preparadas suficientemente a causa de la bajada del nivel de exigencia. Y por si fuera poco, todo esto se consigue mientras se proclama que se busca la excelencia…





