A veces sueño con que hay una manifestación popular como nunca se ha visto: de tal calibre y de tal duración en el tiempo que los dirigentes políticos y cualquier cargo público en general comienzan a apreciar más su pellejo que los intereses de los poderosos de los que son peleles. Sueño que conseguimos entre todos obligarles a firmar leyes por las que asumen todas y cada una de las responsabilidades derivadas de su trabajo, como nosotros tenemos que asumirlas por ley. Que se ven a partir de entonces obligados a pagar de su dinero el dinero que malgastan por su ineptitud, a ir a la cárcel cuando estafen a los ciudadanos, a hacer trabajos sociales cuando sus políticas lleven al paro a millones o a la miseria al país, a renunciar a sus sueldos y a sus pensiones cuando sus decisiones consigan empobrecernos, a serles arrebatados sus títulos oficiales -a los pocos que los tienen- cuando demuestren que no saben realizar aquello para lo que les habilitan, a no volver a tener posibilidad de un empleo público cuando dañen públicamente a la sociedad de forma ostensible, a llevar a sus hijos a colegios públicos de barrios desfavorecidos, o a sus enfermos a centros de salud abarrotados de personas marginadas, mientras se constate que no son iguales las prestaciones básicas de éstos comparadas con las de los demás, a rellenar miles de páginas de papeleo cuando obliguen a otros a tirar su tiempo rellenando miles de páginas de papeleo, a hacer cuadernos Rubio a tutiplén cada vez que se equivoquen con la sintaxis de una frase.
A veces sueño que hay una epidemia de raciocinio y sentido común entre nosotros y conseguimos reunirnos y ponernos de acuerdo para algo tan simple como exigir que los cargos públicos hagan bien su trabajo, y que queden escritas en la ley las penas por no hacerlo. Que es posible conseguirlo a pesar de que nos contraprogramen con ocho partidos de fútbol de los más importantes del milenio cada mes, con programas de casquería amarilla que mancha el cristal de la televisión desde dentro o con sistemas educativos pensados para crear borregos que voten por consigna y que sirvan sin rechistar a los intereses de grandes empresas que sólo buscan mano de obra barata y dócil. Sueño que logramos abrir los ojos lo suficiente, no porque lo diga yo, ni el otro, ni el de la moto, sino porque cada uno empieza a pensar por sí mismo; a pesar de que nos viertan la miel de las noticias prefabricadas de los grandes medios informativos en los párpados día sí y día también.
A veces sueño con que nos olvidamos de que “somos de” (ponga aquí su ideología putrefacta favorita) y empezamos a pensar mirando la realidad cara a cara, con la posibilidad de equivocarnos pero también con la de acertar (van juntas; es la única manera de tener la segunda).
A veces sueño que nos levantamos pacífica pero abrumadoramente y lo que logramos queda para la posteridad, por el miedo que tienen a vernos así otra vez.
A veces sueño con salidas de verdad a la trampa en la que nosotros mismos hemos dejado que se convierta esta democracia, por nuestra inacción, infantilismo y comodidad. Salidas que convierten en irrelevantes a las que nos cacarean y nos cacareamos de continuo para marear la perdiz, como la reforma de la ley electoral o el cambio a una república u otras más o menos imaginativas.
A veces sueño con soluciones imposibles.
La mayoría de las veces me despierto.





