En esta época en que todo pierde esencia y sentido (y no afirmo esto porque sea yo muy viejo o añore mi infancia, sino porque en las últimas décadas ha habido un fuerte cambio hacia la insustancialidad de las cosas y a que cada vez importe más la superficie que el fondo, un cambio que los de mi generación aún podemos apreciar), es curioso ver cómo se confunden las herramientas con los fines.
El usar últimos productos tecnológicos, tan recientes que aún están por encontrar su nicho de aplicación -muchos puede que no lo consigan-, sólo porque llaman más la atención de la gente, cuando el problema en cuestión (el fin perseguido) podría resolverse mucho más acertadamente con cosas de toda la vida o incluso sin herramienta alguna más que la propia persona, se ha convertido en algo muy típico últimamente. Es ya algo habitual que el producto, la herramienta, acabe siendo el fin, el foco de todo, sin ningún motivo particularmente relevante para que lo sea.
En el caso humano, que es una especie que ha basado su evolución en fabricar y usar herramientas, esta deriva puede llegar a tener algunos tintes peligrosos.





