Por qué aprobar más no es signo de éxito…

…a pesar de que nos lo estén ya metiendo en la cabeza, por ejemplo en esta entrevista, donde se leen cosas como:

¿Beneficios? Vamos a tenerlos. Los primeros datos de la implantación de ocho titulaciones [con motivo del plan Bolonia] ya dan una mejor proporción en cuanto al número de asignaturas aprobadas respecto de las matriculadas. El estudiante aprueba más, suspende menos, eso es un dato positivo.

Una vez más, la manía de usar el número de aprobados como medida de éxito, como cosa positiva (como cosa negativa tampoco estaría bien).

Para empezar, habría que definir claramente qué es el éxito en los estudios, y ya digo que, científicamente, no se puede de manera objetiva (todo lo más se puede quedar uno en “haber formado suficientemente a los alumnos”, sea “suficientemente” lo que sea), y para terminar, que aumente el número de aprobados puede deberse a una o más de las siguientes causas, todas entendidas en sentido estadístico, es decir, de media, tal y como se entiende ese número de aprobados del que están tan satisfechas las autoridades académicas:

  1. Que los alumnos que llegan a los estudios de Bolonia son más inteligentes que los que llegaban a los estudios anteriores, y que su superior inteligencia les permite aprender más y mejor los mismos contenidos que se impartían hasta ahora.
  2. Que los alumnos que llegan a los estudios de Bolonia vienen mejor preparados que los que llegaban a los estudios anteriores, y que su superior preparación les permite abordar mejor los mismos contenidos que se impartían hasta ahora.
  3. Qué súbitamente han sido sustituidos profesores que no conseguían impartir bien sus clases por otros que las dan de maravilla.
  4. Que los profesores exigen menos, dando los mismos contenidos que se impartían hasta ahora pero rebajando la exigencia en las pruebas de evaluación.
  5. Que las asignaturas son más fáciles, es decir, que se dan contenidos más ligeros.

Como es fácil de entender, la primera opción no es cierta: quitando las desviaciones estadísticas correspondientes, no hay ningún motivo para pensar que la inteligencia de la especie humana cambie súbita y apreciablemente de un año al siguiente, mucho menos por la aprobación de un plan con nombre de salsa para pasta.

La segunda opción se cae por su propio peso, y, de hecho, se puede fácilmente reducir al absurdo recordando la necesidad que han tenido no pocas universidades en nuestro país de instaurar cursos “cero” para que los alumnos aprendan bien lo que nosotros aprendíamos cuando existía aquello del BUP y el COU: las derivadas, las integrales, etc. Ningún estudio, incluyendo los internacionales, lleva a pensar que la educación en los últimos años haya mejorado la formación de nuestros estudiantes (muy lamentablemente, por cierto), sino más bien todo lo contrario.

La tercera opción sería de risa si no fuera porque, además, a coste cero y sin nuevos contratos como afirma la rectora en esa entrevista de arriba, es bastante improbable que se sustituya ni un sólo profesor. Habría que asegurar en cualquier caso que la sustitución incrementara la calidad docente, lo que tiene su miga.

Por tanto sólo nos quedan las dos últimas opciones. No voy a sacar ningún estudio estadístico para demostrarlas (que sólo queden ésas ya debería ser suficiente), pero está claro que la filosofía que nos quieren olbigar a implantar a los profesores consistente en reducir el número de clases teóricas donde se explican conceptos complicados, sustituirlas por clases prácticas (que vienen muy bien para practicar, como su propio nombre indica, pero no tanto para enseñar los fundamentos), fragmentar el número de pruebas con la excusa de la evaluación continua, de manera que el alumno nunca tiene que enfrentarse a todo el cuerpo de conocimiento de una asignatura completa (lo que obviamente es más difícil, pero también necesario si se quiere certificar que se la sabe), disminuir el esfuerzo necesario para realizar esas pruebas (pasar de exámenes de desarrollo a exámenes tipo test, por ejemplo), incluir, en fin, la cosa LOGSE, que tan bien nos ha ido en las enseñanzas medias, en las universitarias con la excusa de Bolonia (que no obligaba a ello, por cierto), son razones más que suficientes para sospechar que el incremento del número de aprobados no tiene por qué ser necesariamente un efecto saludable.

El decremento de los mismos tampoco lo sería. Ni dejaría de serlo. No es buena idea medir el éxito académico a partir de eso.

Ahora bien, queda tan bonita una gráfica subiendo pa’rriba como si fueran las ventas de una multinacional… Como se dice en esa misma entrevista que he enlazado antes: ahora se trata de vender.


P.D.: Por descontado, esta entrada que trata sobre lo inadecuado -y hasta perverso- de medir el éxito académico por el número de aprobados, no afirma en ningún momento que el sistema anterior fuera perfecto, ni que no haya que mejorar nada, ni que algunas cosas de las que se plantean con la excusa de Bolonia no sean útiles e interesantes. Por si acaso, es bueno especificarlo todo en estos tiempos que corren.

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