El dilema de las asignaturas optativas

Las asignaturas optativas en las carreras universitarias siempre me han causado perplejidad. Cuando era estudiante, porque no veía claro cuál coger (aunque tenía algunas claras, la elección de otras no era cuestión de sus contenidos… no sabía suficiente para escoger). Cuando fui profesor, porque realmente vi los efectos perniciosos, tanto en el profesorado como en el alumnado, que ese sistema causaba.

Siempre se han vendido como una forma de aumentar las posibilidades de elección de los alumnos, orientada a mejorar la diversidad/especialización de un aprendizaje que puede resultar demasiado complejo como para que todo esté rígidamente establecido de antemano. Como habréis notado, mi facilidad para hacer de abogado del diablo aún no está oxidada del todo 😉

Porque lo que realmente pienso es que lo primero (aumentar las posibilidades de elección) es una obviedad, aparte de no ser las optativas la única manera de llevarlo a cabo, y lo segundo ha terminado, en la práctica, perdiéndose. ¿Por qué? Pues por una cuestión básica: ninguna asignatura es (ni puede ser) de igual dificultad que otra. Este hecho es natural y lógico, no es malo.

El problema viene cuando se crean las optativas en un plan de estudios con asignaturas desiguales en dificultad: eso lleva a que haya una tendencia estadística clarísima (y también natural y muy humana) a tener más alumnos en las asignaturas más fáciles (sí, no me llaméis facha tan pronto: los de mi quinta ya nos lo planteábamos así cuando nos tocó de estudiantes, y como profesor no ha habido un sólo año en que no me hayan preguntado cómo se evalúa mi asignatura optativa antes de preguntarme qué se da en ella; de hecho, o no me preguntaban lo segundo o me lo preguntaban para saber cuánto se parecía a lo que ya habían estudiado en otras…).

Al haber pocos estudiantes en las asignaturas optativas más duras o menos atractivas, aunque sean precisamente los estudiantes más motivados, se empiezan a crear problemas en la universidad: los recursos destinados a ellas dejan de ser rentables (es lo que tiene usar el libre mercado, que no facilita precisamente la diversidad, en cosas en que no se debería). Hay universidades que regulan eso dejando de dar cada año las optativas que se quedan con pocos alumnos, y hay otras que no dejan de impartirlas aunque tengan un sólo alumno, pero no se las tienen en cuenta a los departamentos como carga docente, moviendo el problema de un sitio a otro, sin solucionarlo.

No digamos cuando las optativas se agrupan por horario de tal manera que entre las que caen a una misma hora las hay más fáciles y más difíciles…

En mi opinión, implantar la diversidad curricular (¡arg, qué logse-bolónico me ha quedao eso!) con optativas es un error: los alumnos no han terminado la carrera, luego no saben (no tienen por qué saber) lo suficiente para escoger con suficiente fundamento qué estudiar, o, como mínimo, para escogerlo al nivel tan fino de granularidad que permite el sistema de optativas; por otra parte, los profesores, al verse ellos o sus departamentos “penalizados” por los efectos que provoca la falta de alumnos, pueden caer en bajar el nivel de las asignaturas más difíciles, reducir contenidos y exigencia para no perder alumnos, lo cual, aunque ya pocos lo decimos, no beneficia precisamente a la formación de éstos…

Yo creo que la implementación con una granularidad más gruesa, en la que el alumno pueda escoger conjuntos coherentes de asignaturas pero no asignaturas individuales (ramas, o itinerarios, como se llaman ahora) es bastante mejor: el alumno encuentra varias posibilidades de especialización, están (supuestamente) bien escogidas para que sean un todo y reflejen una parcela del conocimiento asociado a su carrera, no causan tantos problemas de falta de alumnos (aunque inevitablemente las ramas más difíciles tenderán a tener menos alumnos que las más accesibles), en definitiva, no se afecta tanto a los conocimientos y formación finales del alumnado.

Además, el problema de la diversidad de dificultades en las ramas es más fácil de resolver que con las optativas: sin tocar cada asignatura pueden diseñarse ramas más o menos equilibradas, aparte de que la dificultad total de cada rama (la suma de dificultades de sus asignaturas) será bastante parecida, por lo general, a la de las demás. Al menos, será muy fácil conseguir que las dificultades totales de las ramas (relativas a la máxima dificultad de una rama) tengan menos diversidad que las dificultades individuales de las asignaturas (relativas a la máxima de una asignatura)1.

Obviamente, todo esto no va a ningún sitio a estas alturas, mucho menos poniéndolo en este blog…


1 Que esto se cumple es fácil de demostrar matemáticamente: si tenemos un conjunto de n ramas {\{R_{i}\}}_{i \in [1,n]}, cada una con m_{i} asignaturas {\{ a_{j} \}}_{j \in [1,m_{i}]}, con dificultades absolutas individuales mayores o iguales que cero {\{ d_{i,j} \}}_{j \in [1,m_{i}]}, la dificultad relativa de una rama puede definirse como \tilde{D}_{i}= \frac{ \sum_{j=1}^{j=m_{i}} d_{i,j} } { max_{i} \{ \sum_{j=1}^{j=m_{i}} d_{i,j} \} } . Por otra parte, podemos considerar la dificultad relativa de la asignatura (i,j), que será \tilde{d}_{i,j}=\frac{d_{i,j}}{max_{i,j} \{d_{i,j}\}}. Está claro que la máxima diferencia entre dos dificultades relativas que puede haber en el caso de asignaturas individuales es 1, mientras que en el caso de las ramas, sólo con asegurarse de que en cada rama haya al menos una asignatura de dificultad mayor que 0, ya es inferior a 1, y más pequeña cuantas más asignaturas con dificultad mayor que 0 haya en la rama; es decir: se percibirán mayores diferencias entre dificultades relativas de asignaturas individuales que entre dificultades relativas de ramas, incluso diferencias muy pequeñas en el caso de las ramas, y eso con muy poco esfuerzo de diseño del plan de estudios.

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