Los premios y yo

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No, no es nada común que me den un premio por algo. Para empezar, es complicado si uno no se presenta a las convocatorias; para terminar, no creo que lo que yo haga llame mucho la atención (que es requisito casi imprescindible para ganar algo). Y aún así, tiene que suceder que los miembros de un jurado estén de acuerdo y les guste más que todos los demás que se presentan. Vaya, que es complicao 🙂

Así que éste ha venido sin yo esperarlo ni saberlo (ni haberme presentado, porque lo presentan los editores), lo cual es de agradecer porque así me han dado una sorpresa además del premio 🙂

El relato al que se lo han concedido no tuvo mucha repercusión en su momento, aunque yo me llevé una alegría cuando decidieron publicarlo en el nº 2 de Artifex Cuarta Época, que es una revista que admiro, y mucho más en compañía de otras estupendas obras de magníficos autores.

Recuerdo que lo escribí unas navidades, después de tener en la cabeza durante mucho tiempo la idea de hacer una versión de Cuento de Navidad, de Dickens (que debería titularse Villancico, pero las traducciones es lo que tienen); una versión en la que la historia fuera realmente lo que a mí me había parecido desde chico que era, y no lo que habían intentado vendernos a través de las edulcoradas versiones televisivas: un cuento de terror.

No sé si lo conseguí del todo, eso está a la opinión de los lectores, que pueden aprovechar aquello de que el premio es a textos publicados en Internet 😉 Dejo aquí el comienzo y el enlace a la revista:

Ebenezer enarboló la pluma enérgicamente (a pesar del temblor de la edad, que convertía sus dedos en un manojo de nueces), casi con saña, se diría, y firmó el certificado de defunción… por otro año más. La extraña sensación que había despertado en su interior al amanecer le abrumaba ahora: no podía recordar cuántas veces había dado fe de la muerte de aquel mismo muerto, pero habían sido indudablemente muchas. Por eso se tragó cualquier comentario al uso ahogándolo en un áspero silencio. Por eso apretó la pluma con fuerza. Por eso casi atravesó el pulcro folio que perpetuaría su garabato tembloroso. Aunque a pesar de toda esa emoción pugnando por explotar, las cosas siguieron mal. El mundo no se percató de su rabia ni de lo absurdo de la situación que la provocaba.

Jacob había muerto, sí. Y se acercaba la Navidad, como era lógico siempre que iba terminando Diciembre. Eso no tenía nada de extraordinario si no fuera porque se había despertado siendo perfectamente consciente de que ambos sucesos se iban a emparejar antes del mediodía. Durante un instante fue incluso más allá: se preguntó si no había sabido aquello todo el tiempo, que el óbito tendría lugar en las fechas blancas. Bueno, pues no, seguro que no; había sido aquella misma mañana y no otra cuando la sensación se convirtió en certeza. Y lo había sabido no por presciencia o brujería, sino simple y llanamente porque le había parecido recordar que venía pasando lo mismo desde hacía años.

[…]

(El cuento entero está en el número de la revista que puede descargarse aquí)

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