El presente de las revistas científicas

¿Se preguntará la gente que no está familiarizada con el sistema de investigación científica por qué no puede consultar en Internet TODAS las publicaciones científicas que se editan al año (que son infinitud), gratuita y libremente?

Lo digo porque, si yo no supiera de esto, me imaginaría que la investigación científica se desarrolla fuera del circuito de la economía de mercado (a excepción del dinero que se paga a los investigadores y sus cacharros, que de todas formas es en gran cantidad público), y puesto que sus resultados son un bien universal, deberían ser de acceso gratuito y libre.

No tengo ganas, francamente, de hacer un análisis exhaustivo del tema (y esta entrada ya me ha quedado larga), pero sí explicaré uno de los motivos de base por el que el conocimiento científico de alto nivel, en muchos campos, no está disponible en Internet para que todo hijo de vecino lo lea. Es muy sencillo, y lo pongo en negrita: a los investigadores se nos pide un currículum investigador -artículos publicados, principalmente- para mil cosas.

La persona que lea esto se preguntará ahora qué tiene que ver que uno tenga que formarse un currículum de investigación con el hecho de que los artículos no estén libremente en Internet.

Pues el enlace entre ambas cosas es que el currículum de unos investigadores, como todo currículum, debe ser comparado con el de otros para optar a ciertas cosas. Esto, a su vez, significa que los artículos de uno deben poder ser comparados con los de otro. Esto, por consiguiente, significa que cada artículo debe poder estar asociado a un numerito (es la forma más sencilla de compararlo con otro).

No, tenéis razón, aún no hemos llegado al final de este razonamiento inductivo.

Para empezar, ese numerito no puede reflejar de manera objetiva lo bueno que es un artículo, porque nada puede hacerlo. Como decía Einstein, “Si supiésemos lo que estamos haciendo, no lo llamaríamos investigación, ¿no crees?”. Yo añado: “Si supiésemos objetivamente cuándo lo que estamos haciendo va a ser buenísimo, sólo haríamos cosas buenísimas, ¿no crees?”. En fin. Un resultado no es mejor ni peor que otro salvo subjetivamente hablando (a mí me lo puede parecer, y a otro investigador parecerle lo contrario).

Pero bueno, supongamos que a pesar de todo queremos buscar tal numerito (recordemos: porque se nos pide un currículum investigador).

Pues lo que se le ocurrió a alguien muy listo es usar otro numerito que tuviera asociada la revista en la que el artículo apareciera publicado (olvidémosnos de los congresos, que se consideran menos importantes). Así que ahora estamos en que para que yo pueda tener un “buen” currículum investigador, tengo que publicar en revistas con un numerito asociado, ser éste alto, y publicar muchos artículos allí (nótese cómo ninguna de estas cosas indica objetivamente que soy buen investigador: como se puede uno imaginar, si los artículos no pueden establecerse como mejores o peores objetivamente, menos una revista -aunque muchos tengamos la misma opinión de cuál es la mejor-).

Da igual. Asociémosle un numerito a las revistas científicas. Todo esto que he dicho sobre la imposibilidad de calificar objetivamente un artículo o una revista es sólo un fleco del razonamiento principal, que sigue así:

Ese numerito (el más usado, pues hay otros) se llama actualmente factor de impacto, y lo calcula y asigna el Institute for Scientific Information (ISI), comprado en 1960 por la compañía Thomson Scientific & Healthcare. ¡Ah! Ya asoma aquí la economía de mercado 🙂

Recapitulemos. Yo me formo mi currículum con artículos, y esos artículos deben tener el numerito que el ISI le asigna a sus revistas para que mi currículum valga para algo más que mi higiene personal. Se puede uno imaginar que uno va a intentar que todo el trabajo que invierte en investigar (que es bastante) se aproveche al máximo, y eso lo hará tratando de que se publique en las revistas a las que el ISI le da factores de impacto, en el mayor número posible de ellas, y, en particular, en las que tengan mayor valor de su factor de impacto.

Añadamos que al publicar en una de esas revistas, que son en papel y de pago (aunque también suelen ser consultables por la Web -pagando; si no estás pagando es que probablemente estás en un ordenador de una Universidad que está pagando por ti-), te hacen firmar un copyright de cesión de derechos de publicación draconiano que en muchos casos incluye el que no puedas publicar ese mismo artículo en ningún otro medio. Quizás te dejen prestárselo a los amigos, algo así como la copia privada de cassettes…

¿Resultado? Que todo mi esfuerzo investigador no lo voy a mandar en primer lugar a una web libre de acceso y gratuita (que no aparece en el ISI), sino que antes le daré un viajecito por las revistas del ISI, y si tengo la fortuna de que sus revisores crean (no objetivamente, claro) que es publicable, ahí terminará su recorrido. Publicar el artículo en una web abierta permitiría que hubiera revisiones fundadas, importantes, continuas, técnicamente permitiría hacer muchas más consultas complejas sobre su contenido, etc. (véase esta interesante entrada en el Blog del Futuro del Libro), pero es que yo necesito, porque me lo piden, formar un currículum competitivo respecto al de otros. No es opción.

Y así llegamos a por qué, a pesar de las infinitas ventajas de las publicaciones “open” en la Web (como a veces se las llama), realmente su éxito esté todavía muy limitado a ciertas disciplinas: es debido a que hay otros sitios en donde lo que el investigador obtiene es más ventajoso, y a que, además, esos medios son negocios (¡la economía de mercado!) y le obligan al investigador a cederle la exclusividad de la publicación de su texto. Hacen otras cosas más feas, como no pagarle un duro a los revisores que califican de publicable o no un artículo (que son a su vez investigadores que quieren publicar sus cositas en ésa y otras revistas), o no pagarle al creador del artículo a cambio de los beneficios en ventas que obtengan (o a la institución pública que financia al investigador, si queréis), pero para qué abundar en cuestiones auxiliares al asunto. Creo que ya ha quedado clara bastante parte del meollo.

Supongo que conforme pase el tiempo y los del ISI vean que puedan sacar algún beneficio económico de incluir en sus rankings a estas publicaciones Web, la cosa irá cambiando.

O lo mismo no y la industria de la revista científica (que es lo que es: una industria) se enroque en su modelo de negocio igual que la discográfica, la cinematográfica, etc. etc.

En cualquier caso, he querido anotar esto aquí no como crítica (ni siquiera se me ocurre de qué manera se podrían solucionar las deficiencias que señalo), ni exhaustivamente (hay muchas más implicaciones económicas en esto que las que cuento), sino para que de manera simple y llana cualquiera pueda observar las contradicciones que normalmente jalonan no sólo la carrera de un investigador, sino el propio sistema de investigación científica. Espero que haya quedado entendible incluso para quienes no están al tanto del tema, que era la idea.

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