Como cualquier hijo de vecino, yo he aprendido una profesión concreta (bueno, aún estoy en ello 🙂 ), muy diferente de muchas otras, y sé tanto de las demás como la hormiga que acabamos de pillar en casa colándose por una rendija de que la tierra es redonda. Eso está bien: nos repartimos el trabajo y cada cual puede hacer mejor el suyo. Bueno, siempre hay límites (mal iría yo si no tuviera algún conocimiento suelto de cocina), pero dentro de lo que cabe no es una mala aproximación al problema de que casi 7000 millones de personas puedan convivir en más de 3000 ciudades más otros muchísimos centros de población más pequeños, y sacar algo de provecho.
En realidad no es una invención moderna, claro: surgió por sí misma cuando pasamos del paleolítico al neolítico y nos tuvimos que especializar, con números de población infinitamente más modestos, para poder sobrevivir atados a un mismo lugar (lo que requiere realizar tareas bastante más complicadas que tirarle lanzas a un bisonte, y por tanto, gente más preparada en lo suyo); así que puede considerarse un paso más o menos natural de la evolución social humana.
Sin embargo, aunque todas las profesiones comparten hoy en día la ignorancia de casi todas las demás, hay dos cuya susodicha ignorancia nos trae graves perjuicios.
Una es la de periodista. Un periodista no puede ignorar aquello de lo que habla (que es casi todo), al menos hasta la profundidad en que lo comenta, y desde luego mucho más lo debe conocer si trata de hacer un artículo de opinión. Como hoy en día puede uno documentarse sin grandes dificultades, el darse uno cuenta de que esto no es así y de que de hecho va a peor cada día que pasa (para qué ver el telediario o leer los periódicos si no puedes fiarte de más de la mitad de las cosas que dicen…) le pone a uno de un cierto mal café. Como si le estuvieran haciendo perder el tiempo, vaya. Especialmente porque si esa profesión consiste precisamente en informar, es un fraude si no se informan los informantes. No sé si la redundancia me ha quedado lo suficientemente molesta.
La segunda es mucho, mucho peor: la profesión de político (hoy me muerdo la lengua y no la llamaré casta). Un político, hoy en día, es habitual que haya comenzado su carrera de muy muy joven, que toda su vida no haya conocido otra cosa que su propia profesión y las formas de prosperar en ella, y que tenga unos conocimientos, no ya especializados en otras áreas, sino generalistas de lo que es la vida real, bastante cuestionables.
El problema es que, que yo desconozca cómo construir un edificio no perjudica a nadie, pero que un político no conozca la vida real nos perjudica, profundamente, a todos. Porque son ellos los que definen las reglas que los demás hemos de cumplir, y mal vamos si quien pone los requisitos de un sistema no sabe cómo funciona ese sistema (en ciencia y en ingeniería, con esa actitud acaban rompiéndose las cosas, lo que no es más que un efecto de la ley universal del crecimiento de la entropía: las cosas tienden siempre a romperse a menos que algún ser vivo se ocupe de mantenerlas en orden).
Lo vengo diciendo desde hace tiempo: quizás Skynet debería ser visto como un alivio para el planeta y no como una amenaza…
P.D.: Creo que todavía hay esperanza, sin embargo. Cada día que pasa es más evidente, para más gente, la disociación que existe entre la realidad en que la mayoría vivimos y la realidad alternativa en que viven los políticos (es decir, cada día que pasa es más evidente la vuelta a lo feudal de la sociedad moderna), y darse cuenta de que existe un problema es el primer paso para arreglarlo. Por otra parte, gracias a Internet y a la capacidad de contactar con inmensas cantidades de personas instantáneamente, es cada vez también más evidente el declive de los medios de información tradicionales. Quizás, si nos lo montamos bien y tranquilamente, no haya que llegar al extremo de que las máquinas nos exterminen (o nos gobiernen) para arreglar el problema del que trata esta entrada 🙂





