No sé por qué, pero últimamente vengo pensando sobre la persistencia del marrullerismo en distintos tipos de agrupaciones sociales (instituciones, empresas, asociaciones…). En España, decir que las cosas se hacen muchas veces con marrullerías es como decir que nos gusta mucho la playita y el fútbol (a mí no me gustan ni la playita ni el fútbol, pero como os habréis percatado a estas alturas, yo vengo de Andrómeda), es decir, una perogrullada, pero tampoco os creáis que es idiosincrasia única de este país… Yo al menos lo he visto de primera mano en uno que se llama a sí mismo el país más avanzado del mundo, y de oídas me ha llegado sobre otros tantos.
La cuestión que planteo es: dado que el ser humano (quizás en especial el mediterráneo, quizás en especial especial el españolito) tiende a la marrullería como medio preferente de realizar sus labores en lugar de tratar de hacer las cosas bien, ordenadamente y respetando las reglas, cuando un individuo que no comulga con esa idiosincrasia marrullera es insertado (o se inserta por propia voluntad, criatura) en tal organización, ¿qué sucede?
Podemos distinguir tres casos:
a) El no-marrullero sucumbe al marrullerismo dominante. No, mejor dicho: se hace un converso del marrullerismo, termina siendo más marrullero que el que más. Ya se sabe que los conversos son los peores. También meto en este caso a aquéllos a quienes los marrulleros dominantes convierten a la religión-substrato de la institución. “Total, si todo el mundo hace lo mismo”. “Total, si nunca pasa nada…”
b) El no-marrullero resiste. Algo dentro de él o ella le impide aceptar como válido el tener que hacer las cosas mal (y las marrullerías son objetivamente malas, porque indican que el sistema es inconsistente y por tanto cualquier cosa sería válida en ese sistema si dominaran de manera absoluta). Se busca una burbujita en la que trabajar a su modo, de manera más limpia que su entorno, y trata de resistir lo mejor posible los roces con la marrullería fronteriza. En este caso se expone a que le dé un yuyu alguna vez, cuando esa marrullería cruce la frontera inesperada e imparablemente y le dé un susto.
c) El no-marrullero se impone. Éste me parece el caso más interesante, porque supone que, o bien se lo comen con patatas en un par de microsegundos (aunque sea sólo por la aplastante superioridad numérica de la población marrullera) o bien es un verdadero genio y consigue transformar el sistema, o una parte grande de él, y disminuirle el grado de marrullerismo apreciablemente.
Éstos últimos (los no-marrulleros de tipo c) deberían acabar erigidos en los altares de la decencia de la especie humana. Por lo menos para que se les recuerde después de que hayan conseguido tal logro. Porque cuando se vayan todo volverá a ser como antes, claro.
La pena es que para erigir altares hace falta ponerse de acuerdo y trabajar, y confiar en que quien se encargue no empiece a hacerlo marrulleramente es tener ya, creo, un exceso de fe en nuestra especie rayano en la inconsciencia.





