Acabo de leer “La carretera”, de Cormac McCarthy (autor, entre otros, de “No es país para viejos”).
Lo que más me ha impresionado es que, usando un estilo absolutamente minimalista, hasta el punto de desterrar prácticamente el uso de las comas, de la separación entre capítulos, de los signos de diálogo, y sin tratar de no ser brusco, sino todo lo contrario; sin contar prácticamente nada (más allá de acontecimientos absolutamente cotidianos en un mundo en el que ya no queda nada que contar, casi ni siquiera lo cotidiano); prácticamente dejando la literatura en un boceto de sí misma, consigue que el lector vaya creando toda la historia.
Con muy pocos elementos consigue provocar compasión, pena, alivio, hasta verdadero terror en algunos momentos, por lo que puede pasar, sin decir qué es lo que puede pasar, sin dar signo alguno, de hecho, de que pueda estar por pasar algo…
Es un libro terrible. Pero no por lo que cuenta: la supervivencia de un padre y un hijo en un mundo desolado por un holocausto, al fin y al cabo una historia bondadosa, sino porque consigue que el lector rellene tal cantidad de maldad, que imagine tal crueldad en los personajes con que se encuentran los protagonistas, que al fin y al cabo acaba retratando la perversidad de nuestra especie.
Pero no es él quien lo hace, sino nosotros. Ésa es la tremenda habilidad que demuestra como escritor en esta novela: nos deja completamente al descubierto.





