El noble arte de ser invisible

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Una mierda el Goku dando saltitos de aquí pa’ llá con sus superpoderes de superguerrero del espacio. Si se trata de ser absolutamente invisible, el menda se lleva la palma.

Sería tedioso enumerar las situaciones en las que me he visto, o mejor, en las que no me he visto, incluso a pesar de ser el protagonista (sí, sí), o aquéllas en las que gente con menos trayectoria, experiencia, resultados, se llevaban el reconocimiento, o en las que, siendo invitado a participar, luego es como si no estuviera.

Esto en sí no está mal (a no ser que quieras popularidad, claro); el problema es cuando te empieza a afectar a tu vida cotidiana. Por ejemplo, cuando te hace dudar de que hayas sido tú el que ocupas la silla del autobús y por tanto no te levantas para cedérsela a una persona mayor, porque piensas que se sentará sobre ti sin problemas. O cuando te plantas en la sala donde se va a presentar tu libro y te quedas esperando a que aparezca el escritor. O cuando se te olvida ponerte un calcetín (o algo más gordo), porque total, si no te van a mirar.

Se hace azarosa la vida del ser invisible, sí. Yo estoy tratando de renunciar al superpoder desde hace un tiempo, a ver si mejora la mía, pero oye, no encuentro la forma. Será que no me gusta hacerme autobombo ni buscarme amiguitos sólo con el objetivo de que me aúpen al estrellato. Digo yo.

En fins. Seguiremos escribiendo para los dos lectores habituales de mi blog, que deben tener alguna mutación en la vista, porque ellos sí que parecen detectar cierta presencia en esta parte del ciberespacio…

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