Hace ya tiempo que se viene diciendo que Internet va a revolucionar el mercado del libro, tal y como lo está haciendo con el de la música. Es evidente que para los lectores no sólo lo va a hacer, sino que lo está haciendo ya desde hace tiempo.
Pero a menudo se extrapola al caso de los autores. Ejemplos se ponen: Lulu, bubok, que permiten a cualquiera editar e incluso poner a la venta en el mismo lugar sus propios libros, sin coste. También las empresas de autoedición, o la posibilidad de simplemente colgar un escrito en una página web, o bien la de publicar algo en PDF para leerlo en un libro electrónico se toman como ejemplo del cambio drástico que ha de tener esta industria para los juntadores de letras.
Sin embargo, por algún extraño motivo, este cambio no acaba de producirse.
Ciertamente todos los factores mencionados parecen revolucionarios para un autor, pero cualquiera que esté un poco (sólo un poco) metido en esto de la industria editorial sabe que un libro se vende, o llega a muchos lectores, únicamente (o principalmente) por su promoción. No por su calidad. No por su coste de edición.
Y de todos los factores revolucionarios mencionados antes, la promoción sólo se ve influenciada por la accesibilidad total de la red.
Pero accesibilidad no equivale a visibilidad. Muchas personas, cuando tienen ese factor en cuenta, piensan que la naturaleza de Internet puede suponer un descalabro para el sistema actual de edición; piensan que la red romperá todas las barreras y filtros de las editoriales, puesto que cualquiera puede ver lo que se pone ahí, sin tener que esperar a que una editorial o distribuidora lo haga visible, y además, sin coste. Confunden, en definitiva, que sea accesible con que sea visible.
Lamentablemente, la red es inmensa. El coste de acceder a cualquiera de sus puntos es cercano a cero, cierto, pero nadie va a llegar al sitio que tú quieres sólo porque lo pongas ahí. Tus páginas web sólo las encuentran los cuatro amigos que te conocen y a quienes les has dicho que las tienes. De vez en cuando pasará alguien más, pero normalmente te olvidará a los dos clics de ratón, demostrando que los buscadores tampoco garantizan realmente esa visibilidad que deseas. De hecho, la inmensa mayoría de las páginas web, para ti mismo, son tan invisibles como si no existieran.
Es cierto que hay sitios web muy visibles: concentradores con muchas conexiones con el resto, que ya son populares. Quizás por el boca a boca o por alguna labor de promoción más o menos encubierta, han llegado a ser verdaderos escaparates. Pero por ese mismo motivo no están a tu servicio ni a tu alcance como autor. Y no se sabe bien cómo puedes montarte tú uno. Además, su número no puede crecer indefinidamente, dada la capacidad de la gente de seguir a una cantidad limitada de sitios. Por tanto tratar de trabajar por ahí puede llegar a ser infinitamente frustrante.
Así que para el escritor no conocido, poner la obra en Internet es como si se sentara en una inmensa plaza rodeado de millones de personas. Aun con un vestido llamativo no tendría garantizada más popularidad que la de cualquier otro hijo de vecino.
O sea, que el futuro del libro no va a cambiar esencialmente desde el punto de vista del autor. Todo se resume, como ahora, en las dos categorías en que éste puede caer: a) no lo conoce nadie, o sólo un círculo pequeño de amigos, y b) es popular, lo conoce una masa importante de gente.
En el caso a), por mucho que el autor use los mecanismos electrónicos para quitarse de enmedio a las editoriales o a cualquiera que fastidie (según su punto de vista) la visibilidad de su obra, siempre tendrá que lidiar con la promoción, que como hemos dicho, no cambia sustancialmente su estructura por las nuevas tecnologías. Nadie leerá su escrito más allá de sus conocidos, a menos que se publicite convenientemente. Deberá, por tanto, hacer uso de alguna entidad que le ayude, como ahora lo son las editoriales. En resumen: el publicar electrónicamente no supondrá ninguna gran diferencia con enviar su manuscrito a una editorial. De hecho puede ser contraproducente, pues las editoriales suelen dominar el mercado de publicidad infinitamente mejor que el autor.
En el caso b), el autor es ya popular. Por tanto podría publicar electrónicamente, liberándose de la editorial, pues ha superado el problema de la promoción. Pero claro, teniendo en cuenta que si publica en una editorial ésta se encarga de un montón de labores que están más allá de la escritura, y sus capacidades de dominar los canales de promoción están más allá del alcance de las del autor, la opción de la editorial le trae más cuenta. Por eso hay tan pocos autores conocidos publicando en PDF, en Web, autoeditándose, etc. Porque las editoriales les promocionan mejor que ellos mismos y además así se pueden dedicar a lo que quieren hacer realmente: escribir.
Éstos son los motivos por los que casi todos los que se autoeditan son desconocidos que creen poder romper el límite de su escasa popularidad usando las nuevas tecnologías. Desde mi punto de vista, bastante ingenuos.





