
Cada vez me asombra más que aún queden personas que crean realmente que existen verdades absolutas. Debe, de hecho, ser muy difícil vivir para alguien que crea en eso y vea un día sí y otro también cómo, ante hechos que aparecen evidentes y claros, cada cual se cree su propia verdad, a menudo contradictoria con la de los demás, usando aquellas porciones de los hechos que le interesa e interpretándolos como le interesa. Debe ser difícil, para los que piensan en que aún existen verdades absolutas, creer en ningún político (ese efecto lo considero bueno), pero también en prácticamente cualquier dirigente o perteneciente a alguna organización humana de más de un miembro.
Yo hace mucho tiempo que dejé de creer en verdades absolutas. Seguramente dejaron de existir cuando los grupos humanos salieron del estadio de tribu y comenzaron a ver mundo. No significa esto que haya caído en el relativismo, que me parece igualmente simplón e incluso más peligroso, sino más bien en el subjetivismo: cada uno tiene su verdad, que puede ser distinta de todas las demás, y en base a ella todo debe clarificarse y hacerse coherente, al menos en ese mundo local.
No encuentro a priori problemas graves en esta forma de pensar.
Salvo cuando la verdad de cada uno está mal construida, como he dicho antes en base a verdades parciales, tergiversaciones, interpretaciones sin datos suficientes, etc. Entonces, la verdad pierde sentido incluso en el ámbito local de cada uno, y es equivalente a la mentira, y en ese momento quizás incluso sea más deseable pasarse a creer en alguna verdad absoluta que seguir así. Porque todo deja de tener fundamento, y de nuevo aparece el relativismo. Si las verdades de cada uno no están coherentemente fundamentadas se hace imposible comunicarlas, ni enriquecerse con las de otro, ni construir sobre ellas verdades más complejas. Se convierte uno en un pelele siguiendo consignas vacías emitidas por cualquiera, vaivenes a corto plazo que cambian radicalmente de sentido poco después, estados de ánimo pasajeros. Se encuentra perdido por falta de referencias fiables. Deja de ser uno una pesona (o al menos una entidad inteligente) para pasar a ser poco más que un animal sofisticado, y en el fondo muy asustado.
No sé si es una impresión mía, pero cada vez veo más personas que construyen su vida de esa manera. Quizás es por el evidente declive de la educación básica (imprescindible para establecer los pilares intelectuales necesarios), por el de nuestra sociedad (más superficial y estúpida a cada día que pasa, menos exigente con la madurez de sus miembros), por el de nuestros dirigentes (calificarlos de simples sería benévolo)… Pero en cualquier caso cuando me paro a pensar que eso puede ser una tendencia creciente me dan verdaderos escalofríos.
Porque un mundo lleno de personas tan tontas/orgullosas (la imbecilidad y el orgullo van de la mano) que lo único que les interesa es salvaguardar al precio que sea sus verdades vacías y endebles aunque estén construidas sobre falacias, en lugar de destruir esas falacias para construir verdades subjetivas pero sólidas, es un mundo que no lleva ninguna dirección, un mundo lleno de gente fácilmente manipulable, un mundo lleno de miedo y caos dañino. No es muy diferente la sociedad humana en un mundo así de un rebaño de ovejas buscando con ansia la siguiente zona de pasto que pueda haber dos metros más allá de la que han agotado o asustándose de la caída de un rayo, sin encontrar respuestas inteligibles ni a la escasez de comida ni a la furia del cielo.
Un mundo así tiene un sólo destino: disolverse, con más o menos dolor. No puede construirse y evolucionar, porque para eso hacen falta cimientos, dirección, planes y sobre todo la argamasa del sentido común, que es la primera que desaparece cuando llega el relativismo.





