Escenifiquemos la ingeniería

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Llega la tormenta Pues bien: mañana empiezan las clases. Después de un mes de investigación mezclada con desarrollo mezclado con preparación y afinación docentes mezclados con tutorías de alumnos y proyectantes mezcladas con la ineludible porción de burocracia, ya comenzamos a tener que intercalar todo eso (¿os acordáis de lo que decíamos sobre el trabajo creativo y la necesidad de dedicación absoluta?) con las preceptivas jornadas de escenificación de conocimientos ingenieriles, también llamadas clases magistrales. Sí, todavía hay de eso, incluso en los planes piloto o pseudo-boloñeses. Queramos o no, es la única forma posible de conseguir transmitir al alumno los conocimientos necesarios y que la carrera siga durando menos de veinte años.

Nervios, como siempre. Según mi suegro existe alivio: cuando uno se jubila 🙂

Pero también ganas; de encontrarse con nuevos alumnos, de notar que estos primeros días (o al menos éste) aún parecen tener interés, aunque con el paso de las semanas se vayan apagando por la cantidad de cosas que hacer y la costumbre; de la ilusión de tratar de mejorar la asignatura todavía un poco más, es decir, de mejorar en el trabajo.

En otro momento hablaremos de cómo es posible (y completamente verídico) que uno acabe como si hubiera corrido una maratón después de dar dos horas de clase magistral en un día. No digamos cuando te tocan cuatro. Seguramente nadie que no sea profe se lo creerá, pero es así.

Si no, pensad en lo que dura una obra de teatro.

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