Pues eso, que parece que las ventas de música en nuestro país han caído un 64% desde el año 2000. Según Antonio Guisasola, presidente de Promusicae (asociación que representa a productoras locales e internacionales en España), todo se debe a que “La cultura del gratis total y los escrúpulos cero sigue vigente en el internet español mientras los poderes públicos aún no han tomado ninguna medida para proteger a este sector“.

Por supuesto, esta situación terrible para una industria (seguramente fruto del diabólico mercado libre, igual que la crisis) no es inédita. Lo único nuevo es que ahora tenemos a quien la pueda denunciar. Sin ir más lejos, el Estado, que no tomó ninguna medida reseñable para obligar a los díscolos españoles a sentarse sobre el mimbre, fue también el culpable de que se dejaran de vender sillas de enea, merecedoras sin duda de ser protegidas como parte de nuestra cultura. Claro, es que empiezas con la falacia ésa de “el cliente tiene siempre la razón” y acabas sin sillas de enea y sin industria musical.
Hay que ver también el poco ojo cultural que tuvo el Estado cuando se vino abajo el negocio de los candiles de aceite, maravillosos artilugios desaparecidos en pro de las maléficas bombillas eléctricas (ni que decir tiene que los españoles que decidían no usar candiles ni bombillas alumbrándose con la sana luz del sol, miembros sin duda de la secta del gratis total, eran unos agentes pre-neolíticos manipulados por quién sabe qué ocultos intereses).
Pero no vayamos más lejos. No quisiera hurgar ahora en las heridas del pasado profundo rescatando, por ejemplo, el recuerdo de la cultura del papiro, que debió haber sido salvada a toda costa de la modernidad de los antiguos chinos, que no tenían escrúpulos, a pesar de los altos costes que suponía el papel egipcio. ¡Ah, si hubiera existido entonces la Pro-musika-seth! Hoy, todos escribiendo nuestros nombres en cápsulas y con plumas de garza.
En fin, que deberíamos estar agradecidísimos de que exista una entidad en nuestros días (no la única) que tenga la certeza absoluta sobre lo que es la cultura, lo que no, lo que debe salvarse del progreso, lo que no, y aun más, que reúna las capacidades matemáticas suficientes para, en el lugar propicio y el momento oportunos (como son éstos mismos, donde casualmente ellos existen), poder calcular cuánto dinero haría falta que ellos ingresaran para convertir esa maravillosa cultura en símbolo inmutable de nuestras tradiciones imperecederas, nuestra idiosincrasia valiosísima, en fin, de nuestra enteléquica mismidad (no puedo alejar de la mente ahora mismo la última tonada de El Canto del Moco, ay, las lágrimas asoman pensando en su posible pérdida por la quiebra de la discográfica que les aporta recursos tan humanamente).
Por cierto, que ya estoy dejando demasiado tiempo lo de llamar a una entidad de este tipo para que empiecen a considerar cultura a mis relatos. Oyes, para mí son tela culturales. Y mira que si por ponerlos gratis en internet va la gente y no se compra luego las antologías que algún amable (y loco) editor quiera sacar al mercado… ¡Ay ay ay, que el Estado me pague unas distribuciones en papel dignas que hagan que perduren en el tiempo, hombre, que es triste de pedir pero mucho más es de robar!
P.D.: ¿Habrá caído este hombre en que prestar una cosa a otra persona -que es en lo que consisten exactamente, ni más ni menos, las redes P2P- no sólo no es delito sino que es imposible de impedir salvo poniendo un policía de la cultura al lado de cada ciudadano? No; estoy seguro de que nunca le habrá prestado nada a nadie por ningún medio; ni revistas, ni artículos, ni ¡música!… Y de hacerlo, seguramente habrá ido a pagar, en cada ocasión y a no mucho tardar, los correspondientes derechos al propietario de la obra. Qué cosas tengo…





